Córdoba tiene muchos atractivos que la hacen una ciudad única poderosamente atractiva para el turismo. Destacan entre sus maravillas las relacionadas con sus designaciones como Patrimonio de la Humanidad. Los Patios de Córdoba, la Mezquita, el Casco Histórico, Medina Azarara o el Flamenco han sido reconocidos por la Unesco como esencias cordobesas que hay que conocer al menos una vez en la vida. Pero más allá de esos valores, la dieta mediterránea y sus exquisitos platos son también imanes sustanciales para quienes la visitan. Y dentro de ese acercamiento gastronómico hay tres platos que dominan las cartas de las tabernas de esta capital andaluza: el salmorejo, el rabo de toro y el flamenquín.
El salmorejo cordobés es mundialmente conocido e incluso copiado. No son pocas las localidades que han osado apropiarse de su receta, aunque eso es tarea complicada. El salmorejo quiere en un medio plazo convertirse en un reconocimiento más de la Unesco a los ya establecidos. Se trata de una sopa espesa que se toma como entrante, primer plato o incluso como acompañamiento a otros suculentos manjares como las berenjenas. Se sirve con trocitos de jamón y huevo duro. Los ingredientes para su elaboración su muy básicos: pan, tomate, aceite, ajo y sal. Pero hay que afinar muy bien en su mezcla y en el origen de los mismos, que deben ser de muy alta calidad. Y el pan siempre de telera.
El rabo de toro (nunca cola) es un guiso que resulta exquisito e imprescindible para paladares propios y extraños. Ningún extranjero que lo desconozca se resiste a su sabor, de fama internacional y aspecto sublime. Su receta se compone de rabo de toro troceado, cebolla, tomate, pimiento verde, zanahoria, ajo, aceite, pimentón, azafrán, pimienta y vino Montilla-Moriles, con un acompañamiento de patatas fritas. Mojar pan en su salsa es un pecado que hay una vez se prueba siempre se repite.
Y el tercero de los manjares cordobeses que son de obligado cumplimiento en la mesa de esta ciudad histórica y ancestral es el flamenquín cordobés. Hay muchas teorías sobre su cuna, pero está claro que el de la ciudad de la Mezquita se ha hecho con un hueco en los más exigentes paladares. Se trata de unos rollitos de lomo de cerdo, queso, y unas tiras de jamón, que se han pasado por harina, huevo y frito en abundante aceite de oliva.